jueves, 10 de mayo de 2012


Nuestra Objetiva Subjetividad

Este título ciertamente es contradictorio, como muchos rasgos de nuestras vidas y aunque se anulen lógicamente, no deja de ser cierto también  que la experiencia personal es lo único nuestro y las de los demás podemos considerarlas y aprender de ellas para formarnos todo tipo de convicciones.

Somos seres individuales aunque seamos sociales y la emergencia de la cultura al transcurrir de las generaciones humanas es más o quizás menos  que la suma de todas las experiencias individuales. Más porque las convergencias o las sinergias de los conocimientos que surgen en la cultura humana crean un resultado que puede ser muy diferente. Por ejemplo, la convergencia de invenciones que conforma un automóvil ocasionó un abanico de modelos de variadísimas utilidades, desde un sedán, un auto de carreras, un tanque, un bus, un camión, un vehículo para el golf, un auto de juguete, un vehículo lunar, etc.; menos, porque la cultura es sólo un resumen de las experiencias de vida de muchas personas, es lo que permanece porque tiene algo de conveniente, de exitoso. 

Los grandes genios son recordados por pocas producciones. Thomas Alva Edison patentó más de mil inventos, pero lo asociamos a unos dos: la bombilla eléctrica y el gramófono. Da Vinci fue inventor y artista, pero realizó espléndidas pinturas de las que podemos mencionar unas tres, pero sus inventos quedaron sólo en el papel o en prototipos que no prosperaron. Pero esos grandes genios no lo fueron por el número de sus obras, sino por su singularidad, su meritoria diferenciación de los demás.

Bueno, todo lo que somos y hacemos, todo lo que sentimos y pensamos, es la representación de nuestra singularidad individual. Nuestro repertorio genético es moldeado por nuestra experiencia de vida y nuestra educación. Todos tenemos el mismo cerebro, pero es muy distinto a nivel de las conexiones que hemos establecido y que estamos continuamente estableciendo, cesando o reforzando; esto es el fundamento biológico de nuestra personalidad individual.

La ciencia, incluso la historiografía, se basa en promedios, en acontecimientos que se repiten, en tendencias o leyes, que como tales rigen siempre que se presenten las mismas condiciones. No dejan el espacio a la singularidad. Esta queda para la literatura, para el arte, para el desempeño deportivo, para la minoría por defecto o por genio.

Si bien es cierto que  guiamos nuestra conducta en base a lo que hemos aprendido como lo más conveniente (léase conveniente para uno mismo), a lo políticamente correcto, a lo socialmente aceptable y convenimos en seguir las reglas de la sociedad, porque es cómodo seguirlas (si decidimos ignorar por un tiempo algunas objeciones posibles), nadie es como nosotros ni nosotros somos como nadie; somos seres únicos, irrepetibles dentro de nuestra especie, porque en la naturaleza humana emerge, aparece, la individualidad singular dentro del universo. Muchas estrellas podrán ser parecidas o casi iguales, pero la singularidad humana es mayor, no porque seamos superiores, sino diferentes; la complejidad de una personalidad y su base biológica y bioquímica es mucho mayor que la dinámica de transformaciones atómicas de cualquier estrella. Y atención, que llegamos después de las estrellas, somos hechos del polvo de aquellas que estallaron en un fulgor de dimensiones verdaderamente astronómicas: de las supernovas.

Esta especial singularidad nos diferencia de la singularidad de los ejemplares de una manada, por ejemplo de las cebras. Si bien cada una de ellas tiene distintas las rayas de su cuerpo, cada una de las cebras tendrá conductas predecibles ante estímulos similares. En otras palabras, el repertorio de estrategias de adaptación al medio peligroso y cambiante de la sabana de que las cebras disponen, no impide que escapen en estampidas que no logran ser totalmente eficaces para que siempre algún depredador aproveche el conocimiento de esas estrategias y obtenga su presa. Los humanos somos más diversos y adaptables; las cebras no han cambiado como sí hemos cambiado nosotros los últimos 100.000 años.

Por todo esto es que proclamo nuestra subjetividad, que es la que nos mueve y conmueve. Es nuestra presentación al mundo. Miles de opiniones contrarias a la nuestra quizás no obtengan cambiar la nuestra, no por obcecación, sino por convicción. Y la convicción es el fruto de nuestra subjetividad.

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