Nuestra Objetiva Subjetividad
Este título ciertamente es contradictorio, como muchos
rasgos de nuestras vidas y aunque se anulen lógicamente, no deja de ser cierto
también que la experiencia personal es
lo único nuestro y las de los demás podemos considerarlas y aprender de ellas
para formarnos todo tipo de convicciones.
Somos seres individuales aunque seamos sociales y la
emergencia de la cultura al transcurrir de las generaciones humanas es más o
quizás menos que la suma de todas las
experiencias individuales. Más porque las convergencias o las sinergias de los
conocimientos que surgen en la cultura humana crean un resultado que puede ser
muy diferente. Por ejemplo, la convergencia de invenciones que conforma un
automóvil ocasionó un abanico de modelos de variadísimas utilidades, desde un
sedán, un auto de carreras, un tanque, un bus, un camión, un vehículo para el
golf, un auto de juguete, un vehículo lunar, etc.; menos, porque la cultura es
sólo un resumen de las experiencias de vida de muchas personas, es lo que
permanece porque tiene algo de conveniente, de exitoso.
Los grandes genios son
recordados por pocas producciones. Thomas Alva Edison patentó más de mil inventos,
pero lo asociamos a unos dos: la bombilla eléctrica y el gramófono. Da Vinci
fue inventor y artista, pero realizó espléndidas pinturas de las que podemos
mencionar unas tres, pero sus inventos quedaron sólo en el papel o en
prototipos que no prosperaron. Pero esos grandes genios no lo fueron por el
número de sus obras, sino por su singularidad, su meritoria diferenciación de
los demás.
Bueno, todo lo que somos y hacemos, todo lo que sentimos y
pensamos, es la representación de nuestra singularidad individual. Nuestro
repertorio genético es moldeado por nuestra experiencia de vida y nuestra
educación. Todos tenemos el mismo cerebro, pero es muy distinto a nivel de las
conexiones que hemos establecido y que estamos continuamente estableciendo,
cesando o reforzando; esto es el fundamento biológico de nuestra personalidad
individual.
La ciencia, incluso la historiografía, se basa en promedios,
en acontecimientos que se repiten, en tendencias o leyes, que como tales rigen
siempre que se presenten las mismas condiciones. No dejan el espacio a la
singularidad. Esta queda para la literatura, para el arte, para el desempeño
deportivo, para la minoría por defecto o por genio.
Si bien es cierto que guiamos nuestra conducta en base a lo que
hemos aprendido como lo más conveniente (léase conveniente para uno mismo), a
lo políticamente correcto, a lo socialmente aceptable y convenimos en seguir
las reglas de la sociedad, porque es cómodo seguirlas (si decidimos ignorar por
un tiempo algunas objeciones posibles), nadie es como nosotros ni nosotros
somos como nadie; somos seres únicos, irrepetibles dentro de nuestra especie,
porque en la naturaleza humana emerge, aparece, la individualidad singular
dentro del universo. Muchas estrellas podrán ser parecidas o casi iguales, pero
la singularidad humana es mayor, no porque seamos superiores, sino diferentes;
la complejidad de una personalidad y su base biológica y bioquímica es mucho
mayor que la dinámica de transformaciones atómicas de cualquier estrella. Y
atención, que llegamos después de las estrellas, somos hechos del polvo de
aquellas que estallaron en un fulgor de dimensiones verdaderamente
astronómicas: de las supernovas.
Esta especial singularidad nos diferencia de la singularidad
de los ejemplares de una manada, por ejemplo de las cebras. Si bien cada una de
ellas tiene distintas las rayas de su cuerpo, cada una de las cebras tendrá
conductas predecibles ante estímulos similares. En otras palabras, el
repertorio de estrategias de adaptación al medio peligroso y cambiante de la
sabana de que las cebras disponen, no impide que escapen en estampidas que no
logran ser totalmente eficaces para que siempre algún depredador aproveche el
conocimiento de esas estrategias y obtenga su presa. Los humanos somos más
diversos y adaptables; las cebras no han cambiado como sí hemos cambiado
nosotros los últimos 100.000 años.
Por todo esto es que proclamo nuestra subjetividad, que es
la que nos mueve y conmueve. Es nuestra presentación al mundo. Miles de
opiniones contrarias a la nuestra quizás no obtengan cambiar la nuestra, no por
obcecación, sino por convicción. Y la convicción es el fruto de nuestra
subjetividad.
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