La conciencia, la última frontera


Pensando corrientemente, sin mayor conocimiento o reflexión, nos parece que lo que detectan nuestros sentidos es la misma realidad, es propiamente lo que ven nuestros ojos o lo que escuchamos con nuestros oídos y que cualquiera puede tener esa seguridad. Pero seguridad no significa verdad; no porque nos sintamos muy convencidos de que algo cualquiera tiene ciertas características de volumen, forma o color, por ejemplo, sea eso necesariamente verdad. Y entre distintas especies esto es claro: Las abejas, por ejemplo, pueden ver el ultravioleta. Muchas serpientes detectan a su presa mediante receptores de infrarrojo. Algunos peces y anfibios pueden dar con su presa mediante receptores a la electricidad. 

Las propiedades físicas pueden presentar variaciones a nuestra observación dependiendo de la distancia a que estemos del objeto, la cantidad de luz y el tiempo que lo miremos. Distintas personas  en circunstancias comparables podrán apreciar quizás algunas características adicionales o tener conceptos diferentes respecto a los rasgos observados del objeto. Más aún si dejamos pasar un tiempo y dependemos de nuestra memoria para describirlo.  

Por otra parte, creemos que podemos captar todas las particularidades de las cosas con una apropiada revisión por medio de nuestros sentidos: su color, forma, dimensiones, olor, textura, como en el caso de alguna flor. Seguiremos con el ejemplo de la flor y del sentido de la visión, para que ojalá todos entiendan lo que trato de explicar.

Es indiscutible que vemos por medio de  nuestros ojos, pero éstos son sólo los que concentran los rayos de luz hacia una membrana con neuronas capaces de captar hasta un solo fotón, una sola “partícula” de luz. Algunas de esas neuronas ubicadas en la retina son sensibles a bajas intensidades de luz, pero no son adecuadas para los colores; otras en cambio sí lo son a los colores pero no tanto a la forma. Desde ese nivel  la información que esas neuronas, situadas en cada cuadrante en que podemos considerar en la retina de cada ojo,  proporcionan a distintas regiones de nuestro cerebro, distintos atributos sensoriales a esa información, tales como el color (ya mencionado), la forma, el contraste del contorno con el fondo, el sentido de la profundidad y del movimiento. Existen mecanismos celulares que posibilitan “captar” estas y otras submodalidades de la visión. Entonces lo que vemos con nuestro cerebro no es necesariamente lo que miramos con nuestros ojos, pues cualquier lesión en alguna de esas zonas cerebrales especializadas en una de esas submodalidades visuales ocasionará no poder tener la experiencia de las submodalidades de las que se encargan o que son capaces de procesar. Además de las zonas visuales cerebrales, que están jerarquizadas en unas 5-6 para distinguir unos atributos de otros, hay regiones cerebrales que se encargan del rastreo visual, o de distinguir líneas verticales, horizontales y de otras situaciones espaciales, regiones para distinguir rostros, etc. La apreciación del espacio, distancias, proporciones, tamaños son funciones localizadas en otras regiones cerebrales, en verdad resultan de la interacción de varias regiones que asocian información de distintas fuentes cerebrales.

Todo esto nos informa de que ver no es reproducir en nuestro cerebro lo que está frente a nuestros ojos, como lo hace un espejo, sino que está dividido en varias funciones que se funden en una sola experiencia visual. Y es más, el ver está “impregnado” por las emociones que sentimos al mirar, por las experiencias relacionadas contextual o temporalmente con lo que estamos viendo. La flor que estemos viendo no es entonces una imagen solamente, sino una experiencia emocional y cognitiva en tanto la reconocemos como flor, porque recordamos inconscientemente nuestro conocimiento de una flor, producto de un aprendizaje de la niñez.

La visión, aquí reseñada muy escuetamente, es  bien conocida y la estructura neuronal y las vías axonales que la respaldan, se piensa fundadamente que son  similares  en los otros sentidos.

Pero hasta ahora no hemos hablado de la conciencia. Después de todo lo que he escrito sobre la visión. Podemos realmente estar viendo, registrando por medio de nuestro cerebro lo que vemos, pero no ser conscientes de ver. Es lo que se denomina visión ciega. También podemos ver nítidamente cosas que no están frente a nuestros ojos; es el caso de las alucinaciones visuales, o de nuestros sueños. Con menor intensidad es lo que podemos imaginar visualmente.

Nuestra experiencia consciente involucra a todos o cualquier combinación de nuestros sentidos más el conocimiento del entorno físico y circunstancial y las emociones. Todo esto origina una experiencia única, personal y “totalizada”. Sigamos el ejemplo: Si soy hombre y  entrego  la flor con mucho afecto y los mejores modales, a una atractiva e interesante dama, estando sentados a la mesa en un buen restaurante con buena música y buen ambiente, la experiencia de consciencia de ese acto es único, integrado y distinto a la suma de sus partes. 

¿Cómo nos damos cuenta de estar viendo? Es decir, ¿Qué es lo que se da cuenta (o no)  de estar viendo?
La conciencia puede estar dividida: un hemisferio cerebral puede ser ateo y el otro puede ser creyente. Esto mismo se manifiesta en algunas personas que tienen una desconexión entre ambos hemisferios. Hay individuos que tienen personalidades múltiples. En estos respectivos casos, ¿Es o no es creyente esa persona?; ¿Cuál es la personalidad “legítima” de la persona?

De cómo se integran las distintas percepciones en una única experiencia consciente, no se sabe casi nada. No sabemos cómo se producen las ideas creativas. No comprendemos bien el reconocimiento  de sentido de alguna situación, sin mediar un razonamiento, como en la intuición. La neurociencia avanza hacia la resolución de estos secretos,  acercando los modelos propuestos por la psicología, por la neurofisiología y por la filosofía. La consciencia es una frontera que no sabemos aún cómo alcanzar, porque no la alcanzamos a ver.