Nuestra civilización está basada en la energía abundante y
relativamente barata. Antes de la revolución industrial la producción de los
elementos que consideramos indispensables para nuestra sobrevivencia, se
producían de forma artesanal: los alimentos, el vestuario y la vivienda. Todo
requería mucho trabajo y mucho tiempo. Prácticamente cada cosa era única,
distinta a otra con igual función y en general se hacían para durar lo más
posible. Así era con los muebles, la ropa, las herramientas. La producción
artesanal es limitada respecto al volumen de la producción industrial con una
gran inversión en energía. El carbón y las primeras máquinas a vapor cambiaron
el mundo: la energía se usó en abundancia y también fue abundante la elaboración
de productos y el transporte fueron como
nunca masivos y rápidos. Después cambiamos al petróleo por su abundancia y el
descubrimiento de importantes yacimientos petrolíferos en Texas a comienzos del
siglo XX, puso al petróleo en el primer lugar desplazando al alcohol como
combustible para la naciente industria del automóvil.
El plástico y otras
maravillas: El petróleo, abundante fuente de energía, reforzó la revolución
industrial y además ha sido el comienzo de una industria que está en muchos campos,
como es la del plástico y similares. El petróleo nos durará unas cuantas
décadas más y ahora debemos ocuparnos en desarrollar otras fuentes de energía
que lo remplacen; Para el transporte quizás el hidrógeno. Para la energía de
uso industrial y doméstico no podemos
volver al carbón, porque si bien sigue siendo abundante, también es finito y la
biósfera no podría soportar la carga de su uso generalizado e intensivo. Sería
acelerar el calentamiento global y otras desgracias sin vuelta. Ya sabemos que
debemos instalar sistemas de energía de producción limpia y renovable. Pero hay
algo en lo que no hemos pensado mucho: La sobrepoblación humana actual, si bien
se ha alcanzado por el desarrollo de la medicina y de la salud pública, de la
agricultura y muchas tecnologías asociadas, se debe también al uso de grandes
cantidades de energía relativamente barata, como la del carbón y después la del
petróleo. Esto nos hace pensar que cuando ya no dispongamos de esa energía o
sea muy cara, necesariamente va a haber una presión sostenida sobre todas las
economías, sobre la producción de alimentos, sobre el transporte y sobre una
sociedad basada en el consumo. Tendremos que ir pensando en un futuro próximo
(unas dos generaciones), de una vida más austera, con uso generalizado de
energías renovables e impensables adaptaciones para el trabajo, el ocio y la
organización social.
Hay otro pero: ¿Cómo remplazaremos los miles de productos
provenientes del petróleo? Veamos: El plástico que tenemos en casa, en el
automóvil, en los empaques. Ciertamente un material maravilloso pero
difícilmente reciclable, no biodegradable, del que tanto necesitamos, pero que
no podremos fabricar en base al petróleo. Habrá entonces una gran presión sobre
otras materias, como la biomasa: la madera y sus derivados, la pesca, la leña,
etc. Pero no podemos seguir deforestando para ello o para hacer biocombustible
en las cantidades que necesitaremos ¿Energía nuclear entonces? Aún no es de
fiar. Es cosa de recordar los desastres de Fukushima o de Chernobil, entre
otros de menor magnitud. El uranio también es finito. Los residuos nucleares
son peligrosos, hasta por miles de años. Todo esto nos obliga a pensar en serio
y a largo plazo.
Qué viene: Lo que
se viene para la sociedad humana es una vuelta desde las revoluciones del
carbón y del petróleo, sus abundancias y la sobrepoblación que han producido,
por lo menos en parte. Debemos pensar en un futuro totalmente distinto, pero
que permita la producción de muchísima energía eléctrica para nuestras maquinarias
de fábricas, de transporte y de nuestros
hogares. Las poderosas e influyentes potencias productoras de petróleo
querrán hacer perdurar lo más posible su era dorada. Algunas ya han manifestado
que el petróleo no les durará por siempre y están haciendo importantes
transformaciones como cambiar su dependencia
de las ventas del crudo por el del turismo, como Dubai. Pero no se ve
una convergencia de intenciones a nivel
mundial para aplicar un plan para el obligado cambio de paradigma del
desarrollo. Ya hemos visto cómo algunas potencias mundiales simplemente no
cumplen sus acuerdos sobre emisiones dañinas, frente a todas las naciones.
Las crisis económicas mundiales no dejarán de ser tan
seguidas y tan profundas como las que hemos vivido y estamos viendo desde por
lo menos el 2008, porque se persiste en solucionarlas aplicando la misma
medida, haciendo más de lo mismo de siempre: producir más, consumir más
petróleo, seguir creciendo, crear más demanda, etc. No queremos darnos cuenta
que ese mundo ya no será posible y debemos ver nuestro futuro próximo de otra
manera. No podemos seguir pensándolo como lo que ha sido desde la revolución
industrial. Eso ya es historia. ¿Pesimismo? No, puro realismo.
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