sábado, 21 de julio de 2012


LA MÚSICA

Se dice de la música que es un lenguaje universal que todas las personas pueden entender. Existe desde la aparición del Hombre, incluso en nuestra especie paralela, el Hombre de Neanderthal, según el descubrimiento de flautas con sus restos. La música es como un lenguaje de sentimientos de todo tipo, a veces acompañado por la danza y por el canto. Muchos animales se comunican con sonidos que producen con sus aparatos vocales o con otras partes de su cuerpo, pero es sólo el Humano el que lo hace a través de instrumentos y muy elaborados; no solamente percute palos o membranas, sino que modifica su sonido según su  voluntad y su virtuosismo de forma digamos espontánea, improvisada, pero lo que realmente llamamos música de calidad, especialmente es efectuada con un refinamiento que se logra con muchos años en pos de la perfección.

Se ve que la música es una atribución exclusivamente del Hombre que como se usa decir, lo conmueve, lo remece. También podemos decir que lo maneja, lo conduce, lo lleva, lo transporta. Racionalmente sabemos que nos quedamos en el mismo lugar, pero es cierto que la música puede hacer que viajemos por un mundo inmaterial pero muy verdadero. Es como una hermosa armonía de nuestras percepciones. Pero, ¿Cómo definimos la hermosura?  En este blog he sentenciado que no sé qué es la belleza, pero cuando la reconozco, la miro a la cara y le digo que la amo ¿Acaso ustedes no pueden  decir algo parecido? El sentimiento del miedo, básico, referencial, nos paraliza; el sentimiento de la belleza nos mueve y nos conmueve, nos lleva. Incluso llegamos a sentir algo parecido al amor.

Algunos teorizan que la música (y el arte en general) existen desde antes que el Hombre lo descubra, lo demuestre o lo conciba. Depende de qué entendamos por arte. Quizás dé esta percepción por la fluidez que se  puede presentar durante el  o los momentos de la “creación” artística, durante la composición  musical. También la unidad estilística le da una “forma” reconocible y bella a la pieza musical, lo que también puede ser responsable de la percepción de que el compositor sea una especie de “médium” entre un mundo donde ya está la música y nuestro mundo perceptible.

La audición musical activa muchas partes de nuestro cerebro, como una sinfonía de sinapsis aquí y allá y sus mecanismos de recompensa, de gratificación, de una manera elemental o tan sofisticada como tipos de música escuchemos. Ciertamente existe un factor de alfabetización musical o artística que resulta en una mejor sensibilidad con la música, aunque algunos nacen con un repertorio de reconocimiento musical extraordinario sin tener formación en música. Como lenguaje que es o reconocemos, la música se asemeja en esto al lenguaje vocal, incluso al gestual, que son innatos, aunque, por cierto, se perfeccionan continuamente con el aprendizaje que proporciona la vida social. Por esto, nuestros bebés son sensibles a cierta música en cierto sentido y a otro tipo en un sentido diferente; se pueden alegrar o asustar, según lo que escuchan. También pueden dormirse con la música adecuada.

El que podamos como especie, ser sensibles a la música, es posible porque nuestro cerebro puede reconocer ciertos patrones de tono, duración y timbre de los sonidos, pero también de reconocer los silencios. La gama de tonos es la que nuestra cóclea puede traducir a potenciales de acción que viajan por el nervio auditivo. La duración y los silencios los reconocemos con la participación del cerebelo en tanto el timbre, la mágica mixtura de frecuencias que le dan la característica única a un sonido, (por ejemplo un sonido metálico y otro sonido de una flauta dulce), lo procesamos en la corteza de los lóbulos temporales del cerebro. Hay frecuencias que no somos capaces de sentir. Nuestro espectro de audición difiere del espectro de otros animales, por ejemplo, el del perro, que es capaz de oir frecuencias más agudas.
Algo especial, distintivo, que posee la música y comparte con otras artes, es que se recrea en cada interpretación, donde la sensibilidad del director y el virtuosismo de sus intérpretes le otorgan características adicionales a las que están registradas en el texto de las partituras. Incluso la evolución que han tenido los instrumentos hacen que obras escritas hace varios siglos, suenen hoy diferente con las versiones modernas de los instrumentos protagonistas, con la salvedad de que quiera interpretarse con los instrumentos y fiel estilo de la época en que nació la obra. 

Es difícil sentenciar si una obra musical es buena, regular o mala, pero en cada época hay obras musicales de las tres categorías. Uno es el análisis experto de las obras y otra es la sentencia del público, para el cual está dirigida la música. Esta dualidad en la evaluación musical puede diferir o coincidir entre sí; una obra puede ser un éxito popular y ser despreciada por la crítica especializada, o al revés. O bien puede ser despreciada por los expertos y por el público y tiempo después ser un éxito en los escenarios y obtener el reconocimiento de los críticos. Es que el arte, entre ello, la música, puede adelantarse en el tiempo y llegar a nosotros antes de que podamos admirarla. ¿No pasó esto con la presentación de la “Consagración de la primavera” de Igor Stravinski, el genio musical del siglo XX, en Paris, el año 1917? ¿No se repitió lo mismo con la fresca música de Antonio Vivaldi, redescubierta en los años 80? Casos así hay varios y seguirán habiendo, porque el Hombre sorprende al mismo Hombre.

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