La ciencia ha desarrollado un método poderoso para descubrir las leyes por las que se guía todo el universo que conocemos. El modo razonado que los científicos aplican en sus investigaciones, sea la disciplina que sea que esté en su objeto de estudio, es el mejor y más imparcial método para descubrir esas leyes; es el más sincero y vehemente proceder para conocer cómo funciona y qué es el cosmos en general y lo que sucede aquí en la tierra en los niveles de la física, la química y la biología. En el núcleo de todas las ciencias señaladas, está la matemática, ciencia exacta, particularmente abstracta y particularmente concreta, esencia misma de todo lo que es. El método científico también se aplica a las llamadas ciencias sociales.
Los humanos, desde que se comportaron como tales por medio de su organización social, la creación de herramientas de piedra y de obras artísticas que dejaron en cuevas y aleros rocosos, exploró el mundo en búsqueda de oportunidades de caza y de alimento en general. Así, en este periplo que aún dura hasta hoy, peregrinó desde el África ancestral y primigenia para repartirse por el planeta, en el cual fue conociendo y también explicándose cómo sucedían las cosas. Y fue creando dioses donde advertía patrones de hechos, y los refirió a lo que conocía: a sus propias características idiosincráticas, a los animales que cazaba, a las plantas que aprovechaba.
La ciencia estaba naciendo mezclada con sus ansias y con sus temores respecto a lo que se le presentaba en su camino. Estaban surgiendo los mitos basales y los siguieron las leyendas. Hasta que los griegos se pusieron a solamente pensar, simplemente sobre las cosas y los hechos, es decir, a hacer filosofía. De esta manera se fue decantando poco a poco lo cierto y lo incierto, lo tangible u observable, de lo imaginado o creído. Hasta que en el Renacimiento, Galileo Galilei quiso saber por él mismo cómo sucedían ciertas cosas. Y gracias a los desaciertos del Hombre, como lo fue la construcción de la torre de Pisa, donde la ambición de alturas se basó en un terreno cenegoso que progresivamente inclinó la regia construcción, Galileo creó certezas dando origen a la ciencia moderna. Las bolas de distinto peso que hacía caer desde las orillas de la torre, golpeaban el piso desnudo y el retumbo llegaba hasta los restos de Aristóteles, quien era el propietario del conocimiento de este mundo. La Iglesia cristiana lo era del otro mundo.
Pero además de constatar personalmente que Aristóteles se había equivocado y los objetos más pesados no caían más rápido, pudo descubrir otros mundos, otras tierras, sin siquiera haber estado en ellas; pudo pensar que lo que veía en su rudimentario telescopio no eran esferas celestiales lustrosas y perfectas, sino planetas y satélites naturales con irregularidades o “defectos” como la tierra, el lugar de la expiación, el destierro del paraíso. Sin proponérselo, alejó el paraíso y alejó al Dios que debía estar por entre esos mundos recién identificados y no se observaban ángeles por entre las estrellas.
El padre de toda la ciencia moderna fue encarcelado pero no fue suficiente el oprobio para evitarle decir “Y sin embargo se mueve”, aludiendo al movimiento de la tierra alrededor del sol, que en la mentalidad de entonces significaba destronar al sol de su mismo sitial. También lo dicho tenía la acepción de que lo terreno asumía las propiedades de lo celestial, o el hombre el papel de Dios.
En otras palabras, Galileo experimentó una y otra vez para descubrir ciertas leyes de la naturaleza y reflexionó sobre ellas hasta que pudo inferir que lo que demostró aquí en la tierra ocurría en el espacio y que allá afuera, otros mundos se desplazaban alrededor de otros, como el caso de las lunas de Júpiter. Nicolás Copérnico tenía razón, los planetas giraban alrededor del sol (había razonado bien y las observaciones de Galileo lo respaldaban). El mecanismo de esos movimientos los pudo explicar Juan Kepler y de pronto todo encajaba a la perfección, no la ideada, sino la demostrada por los hechos.
Este acontecer movió también al Hombre del lugar en que creía que estaba y le estaba asegurado. Cambiaron las cosas hasta estos días, cuando continuamos ubicándonos en el lugar que ciertamente es el nuestro aunque a medida que pasa el tiempo y el conocimiento progresa, se define mejor. Paradójicamente esto lo sabemos no por una predestinación, sino por un conocimiento acumulativo legado de muchos hombres y mujeres de ciencia, que en un sincero trabajo de imparcialidad, metódico y sujeto valientemente a la verificación de otros, nos otorgan una fortuna acumulada generación tras generación de pensadores y científicos, una herencia cultural de verdad, no de apariencias; De verdad refinable, profundizable, pero verdad constatable, no impuesta. Gracias a este legado creciente, aplicado a la solución de problemas y desafíos para la sociedad humana, se desarrolla la tecnología que tanto nos sorprende, pero quizás ya no tanto a algunos que la consideren como algo obvio y casi natural o simplemente un derecho tenerla a mano.
Brevemente, quiero decir que este camino de la ciencia es un buen derrotero para que llevemos en nuestra vida, mucho mejor que aquel de la mitología o de la superstición. O de pretender adaptar las leyes del universo a nuestros caprichos propios de la ignorancia. La existencia es mucho más sorprendente y maravillosa que tantos sistemas de creencias prefabricados en auge contemporáneamente. Y la ciencia es el modo de descubrir qué es y cómo es la existencia de las cosas y del mundo.