La conciencia del límite



Nuestra más absoluta certeza es la de nuestro límite. Sabemos que alguna vez moriremos, pero entretanto hacemos nuestra vida desatendiendo ese límite. Es lo propio de los seres vivos, “vivir”, ya sea una planta, un hongo, una bacteria, un animal. Aunque no sepamos cuándo acontecerá, los humanos sabemos de ese límite, los demás seres no.

Las sociedades humanas se han organizado desde sus orígenes produciendo cambios en sus ambientes, pero en general esos cambios no han afectado de forma lesiva o relativamente permanente el lugar en que se desarrollaron esas sociedades. Durante el trascurso del tiempo el impacto de los humanos en el medio ambiente fue haciéndose mayor y realmente cambiando la naturaleza. Quizás podamos decir que esto comenzó con el establecimiento del Hombre en un solo lugar y explotar sus recursos por medio de la domesticación de especies de plantas (como el trigo, el maíz, el arroz) y de animales (como las reses, el caballo, la cabra, la oveja, el cerdo). La producción de alimentos fundamentó la expansión humana por los continentes. Después la Revolución Industrial transformó las relaciones entre las personas, donde unos emprendían proyectos industriales y otros aportaban su esfuerzo físico. Y el medio ambiente se transformó dramáticamente: Las usinas requerían mucho carbón o madera y quedaron kilómetros de túneles negros y llanuras donde antes habían bosques. Ahora se requiere mucho petróleo, que durará unos 50 años o algo más. Las ansias de energía y crecimiento son ahora un pase hacia la modernidad o hacia un estilo de vida occidental de alto consumo, para muchas naciones pobres. Esas mismas ansias son también una condena a un eterno crecimiento de las naciones industrializadas y lo que no se tiene disponible o barato en su propio territorio, se compra afuera.

Sea el caso que fuera, parece que no tenemos conciencia del límite de los recursos ni del crecimiento. El planeta tiene recursos minerales y de agua dulce limitados. Ahora (noviembre de 2011), la FAO alerta sobre la desertificación y la pérdida de terreno para cultivo de alimentos, agravado aún más por el cambio climático en desarrollo. Pero el planeta es un sistema abierto a la energía del sol por unos 5.000 millones de años más. Esa energía produce los vientos, las olas del mar, las corrientes marinas y la fotosíntesis; ésta a su vez produce oxígeno y moléculas energéticas. Todos estos fenómenos climáticos y biológicos son una gran oferta de energía y de recursos que debemos aprender a utilizar con eficiencia y con premura.

Es el momento de saber reconocer que hay otro límite: En el crecimiento económico sustentable y en la conducta en consecuencia. Hay que establecer dónde está ese límite identificando indicadores fiables, equilibrios entre el crecimiento y la sustentabilidad en el tiempo. Estas precisiones son fundamentales y vitales para asegurarnos el futuro como especie y el de muchas otras.

Tarde o temprano las limitaciones de impacto humano sobre el medio ambiente las tendremos que asumir individualmente. Por ejemplo, el racionamiento del agua mediante la elevación progresiva del precio o la suspensión parcial del suministro. Lo mismo con la gasolina y la madera. Es posible que la producción de ciertos alimentos ecológicamente caros, como los de la ganadería, deban ser progresivamente reemplazados por sustitutos, como la soya, la spirulina o alimentos de acuicultura o hidroponia.

Otra arista del problema es simplemente el crecimiento de la población, que junto al desarrollo de la salud pública y la tecnología farmacéutica, dispara exponencialmente el crecimiento de las ciudades y la depredación de la naturaleza. Porque actualmente vivimos dependientes de un gran número de cosas, de objetos, que fueron fabricados invirtiendo recursos y energía y tendrán que ser repuestos una y otra vez durante nuestra vida.

El sol, el aire, que siempre los tuvimos gratis ya no lo son: los rayos ultravioleta nos agreden colándose por los agujeros de la ozonósfera que hemos producido por las emisiones industriales; el aire que debemos respirar está sucio de polvo, partículas y gases, lo cual nos enferma. Para volver a tener rayos solares en rangos seguros y aire limpio, hay que gastar muchísimo dinero hasta no sabemos cuándo, reduciendo las emisiones gaseosas dañinas de las industrias y de los vehículos a combustión interna. Debe invertirse en investigación aplicada de tecnologías más limpias.

Tenemos límites, pero no queremos saberlo. Sabemos que podemos realizar grandiosas obras de ingeniería, muchas que con el tiempo van siendo necesarias, pero otras responden sólo a ser modernos tótems de dominio territorial o económico, como algunos rascacielos corporativos.

Por lo tanto, el desarrollo ilimitado debería apuntar al cultivo de capacidades y virtudes personales y de habilidades sociales. Crecer, pero hacia dentro, aprendiendo, abriendo la comprensión hacia los secretos de la vida y del universo, al secreto del Hombre y su aptitud como especie que simboliza el mundo y lo transforma mediante el manejo que hace de esos símbolos con su mente; colaborando, solidarizando, estableciendo comunicación, comprendiendo la diversidad humana. En otros términos, haciendo humanidad.