Según el diccionario de la lengua española Espasa-Calve, del 2005, el antropocentrismo es la doctrina o teoría que supone que el Hombre es el centro de todas las cosas, el fin absoluto de la naturaleza y punto de referencia de todas las cosas. Esta concepción sentó sus dominios desde el Renacimiento y subsiste hoy día en Occidente junto a otras visiones, como el Teocentrismo, dominante en la Edad Media y otras que matizan ambas poniendo la atención en la naturaleza, en la vida, en los animales en general o en ciertos animales de categoría considerada superior.
Las organizaciones ecológicas, los defensores de los animales, los conservacionistas, los vegetarianos, todos ellos/as tienen algo que decir desde sus particulares percepciones, que agregan el mundo vivo como otro paradigma de referencia.
Especialmente demostrativas del antropocentrismo eran las imágenes de colonizadores europeos en África cazando grandes animales en los inmensos cotos de caza que ellos establecieron, o de los colonizadores de América del Norte eliminando a los bisontes desde el ferrocarril. Ya escribí sobre la reacción acerca de lo que pensaba Galileo Galilei, que es otra notable muestra (“La trascendencia de la Ciencia”). Pero es notoria la alianza entre el Teocentrismo y el Antropocentrismo, como por ejemplo, por las sentencias bíblicas o de otras escrituras consideradas sagradas que justamente le asignan o reconocen al Hombre una posición de superioridad y de dominio sobre el mundo, incluidos los organismos vivientes. En estos años seguimos presenciando pugnas y guerras para afirmar posiciones territoriales e incluso étnicas, con la justificación de una u otra escritura sagrada, en medio oriente y en centro oriente.
Pero volviendo a las consideraciones en cuanto a que la vida merece un respeto, en oposición a la cultura de la muerte, se desprenden muchas ideas. Quizás por la decepción por un supuesto fracaso del Antropocentrismo desde las grandes guerras mundiales hasta hoy y por las evidentes amenazas sobre la vida, entre ella la vida humana toda, por el deterioro ambiental, es que justamente después de finalizar la segunda guerra mundial apareció un creciente interés por la vida natural, poco conocida por el vulgo, quien se alimentó de libros, enciclopedias y documentales que mostraban un paraíso terrenal que merecía mantenerse. Las “alimañas, las feroces fieras o los monstruos marinos” de siglos anteriores ya no eran tales, sino animales, depredadores y calamares gigantes, que comenzaban a recibir atención y protección en la medida que se iba entendiendo la riqueza de las interrelaciones entre las especies y la necesidad de no romper esas, a veces, poco evidentes relaciones que se mantienen en la naturaleza. En el Parque Natural Yellowstone, el más antiguo del mundo, creado el año 1872, se demostró crudamente lo importante que es mantener los vínculos que la evolución ha desarrollado entre los seres vivos para mantenerse justamente con vida: Después que se decidió eliminar a los lobos, por considerarlos indeseables incluso enemigos, se produjo un gran desequilibrio en el ecosistema del que formaban parte. Así proliferaron los herbívoros, incluso los enfermos o con taras genéticas, (antes depredados por los lobos), que diezmaron la vegetación que los alimentaba y después siguió la muerte masiva de esos herbívoros por enfermedades e inanición. Afortunadamente ahora se tiene otra visión de los lobos, los leones, los osos, los tiburones y estamos aprendiendo a convivir con ellos y al reintroducir estos depredadores en sus antiguos territorios, estamos contemplando cómo los ecosistemas vuelven al equilibrio perdido.
Los derechos siempre se han considerado válidos para el Hombre y la naturaleza como un conjunto de bienes o cosas de las que se puede disponer y de la que nos podemos apropiar. Hablar de los derechos de los animales es bastante revolucionario. Significa que debemos admitir que no tenemos sobre ellos una posición de dominio, de uso, como desde la prehistoria hemos considerado. Pero hay que distinguir además que la relación de los pueblos humanos primordiales con los animales ha sido de respeto, de temor o de admiración y que los animales cazados para alimentación o vestimenta son los justamente necesarios y usualmente solicitan a las divinidades de la naturaleza el permiso para cazarlos. O, al contrario, algunos animales se ofrecen como valiosas ofrendas a esos dioses. Esta actitud es muy distinta a la actual depredación comercial de la naturaleza que busca la máxima ganancia, sin miramientos ecológicos y hasta situaciones de agotamiento (como en la cacería de los rinocerontes, elefantes, tigres o ballenas, que por distintos intereses se los ha puesto en camino hacia la extinción en grados diversos).
Los animales son seres vivos que pueden sufrir por el abuso humano ¿Legitimamos ese sufrimiento por nuestras arraigadas costumbres de la moda en el vestir con pieles, por poner un ejemplo?
Los delfines y los grandes simios son capaces de reconocerse al mirarse en un espejo. De esta forma demuestran un grado de conciencia que hasta hace pocos años considerábamos exclusivamente y propio del Humano. Por otra parte, hay gorilas y delfines que han salvado de la muerte y han protegido a humanos en situaciones accidentales con riesgo de vida. Frente a esto, ¿Seríamos capaces de comer un gorila o un chimpancé o delfín? Sé que hay gente que lo hace, porque no tiene otras opciones, pero los que sabemos de su inteligencia y su conducta, de sus expresiones y que vivimos en sociedades relativamente desarrolladas, ¿Lo haríamos?
También existen posiciones exageradas actuales como ver a los animales como seres tan sagrados, tan dignos de respeto que son verdaderos Teocentrismos de tipo animista, o politeísta o panteísta. Y hay creencias muy antiguas como la reencarnación de animales en humanos y viceversa o la del Jainismo, cuyos cultores se cuidan de no pisar ni una hormiga.
Entonces, después del Antropocentrismo que la evidencia de la ciencia ha debilitado, ¿Cómo consideraremos de hoy hacia el futuro nuestra relación con lo seres vivos, en especial con los que pueden sufrir por nuestra causa? ¿Cómo cohabitaremos con los millones de especies sin estorbarnos y sin causar más extinciones? ¿O justificamos la extinción de las especies por causa antropogénica?